El 9 de mayo de 1958 se celebrĂł en San Francisco la prĂ©miere de âVertigoâ, la esperada nueva obra de Alfred Hitchcock.
Desde hacĂa unos pocos años, la crĂtica francesa, encabezada por la influyente revista Cahiers du Cinema habĂa empezado a considerar al orondo director inglĂ©s no sĂłlo como el mayor entertainer del cine comercial sino como un gran creador de formas, un maestro âen lo suyoâ, el cine de suspense.
Estaba aĂșn muy reciente una pelĂcula singular dentro de su filmografĂa, âFalso culpable (The wrong man, 1957)â que ya habĂa merecido un legendario artĂculo de Jean Luc Godard, que mencionaba nada menos que a Dreyer y Murnau y analizaba el complejo funcionamiento de una puesta en escena que sĂłlo podĂa considerarse como magistral. De todas formas, la pelĂcula, en un frĂo blanco y negro, desprovista del habitual crescendo aventurero que tanto gustaba al pĂșblico, sin prĂĄcticamente humor y con un tema especialmente delicado para evadir al espectador (un argumento tipo âle puede pasar a ustedâ no ha dado nunca grandes dividendos), fue un fracaso de taquilla.
En esos años finales de la dĂ©cada de los 50, el cine americano era el mejor del mundo y quizĂĄ el mejor de cualquier Ă©poca. La lista de obras no ya maestras, eternas, cimas de un arte, era espectacular. Nicholas Ray, Douglas Sirk, Vincente Minnelli, John Ford, Orson Welles, Henry King, Sam Fuller, Stanley Donen, Howard Hawks, Anthony Mann, Jacques Tourneur, George Cukor, Raoul Walsh, Richard Fleischer, Leo McCarey, Allan Dwan, Otto Preminger, Bud Boetticher y compañĂa se habĂan descolgado con cosas como âTiempo de amar, tiempo de morirâ, âTĂș y yoâ, âDĂas sin vidaâ, âAl bode del rĂoâ, âAnatomĂa de un asesinatoâ, âMuerte en los pantanosâ, âEscrito bajo el solâ, âEl kimono rojoâ, âBĂ©salas por mĂâ, âComo un torrenteâ, âDuelo en el barroâ, âRĂo Bravoâ, âSĂĄbado violentoâ, âMĂĄs allĂĄ de la dudaâ, âCazador de forajidosâ, âCabalgar en solitarioâ, âSed de malâ y un largo y sublime etcĂ©tera de obras capitales del sĂ©ptimo arte.
Alfred Hitchcok habĂa tenido sin embargo hasta entonces una dĂ©cada sumamente irregular: un film fallido a todas luces (âPĂĄnico en la escena (Stage fright)â del 50), uno sobrevalorado (âYo confieso (I confess)â del 53), dos buenos films (âCrimen perfecto (Dial M for murder)â del 54 y âAtrapa un ladrĂłn (To catch a thief)â del 55), dos grandes pelĂculas (âExtraños en un tren (Strangers on a train)â del 51 y âLa ventana indiscreta (Rear window)â del 54) y tres obras maestras (la citada âFalso culpableâ, el auto-remake âEl hombre que sabĂa demasiado (The man who knew too much)â del 56 y la infravalorada âPero ÂżquiĂ©n matĂł a Harry? (The trouble with Harry)â del 55.
Es muy posible que ese reconocimiento crĂtico reciĂ©n conquistado le hubiera llevado a arriesgarse con âFalso culpableâ a hacer un film âserioâ y sin pretensiones comerciales, para hacerles ver a esos jĂłvenes franceses que efectivamente era capaz de dominar todos los resortes del drama a su antojo, pero el fracaso de taquilla le hizo replantearse las cosas.
Necesitaba crear una obra que aunara un gran Ă©xito comercial y un triunfo crĂtico a todos los niveles, cosa que sĂłlo habĂa logrado antes con dos pelĂculas un tanto lejanas ya por entonces: âRebeca (Rebecca)â de 1940, reciĂ©n llegado de Inglaterra, que casi lo lleva a ganar un Oscar al mejor director y âEncadenados (Notorious)â en 1946.
Esta vez sintiĂł que debĂa implicarse incluso a nivel personal mĂĄs que nunca, dejando al descubierto facetas de su personalidad hasta ese momento sĂłlo intuidas en otras pelĂculas y que alguien tan inteligente y que presumĂa de estar tan por encima de los actores, productores e incluso de sus propios personajes, nunca habĂa permitido que se pudieran contemplar en toda su cruda intensidad.
En cine y en otras artes no siempre un estado de ĂĄnimo de febril lucha contra sĂ mismo para crear la obra definitiva garantiza nada. Hay muchos casos en que algo concebido como menor y sin una particular implicaciĂłn acaba resultando lo mejor; a veces con el desconcierto del propio creador que no sabe âcĂłmo pudo salirle algo tan buenoâ.
Pero si habĂa un director de cine que era capaz de doblegar sus fuerzas (porque las conocĂa) y conseguir crear una pelĂcula que lo tuviera todo (misterio, una - tres en realidad - historia de amor, aventura, erotismo, humor negro, un apasionante tour de force de puesta en escena, melodĂas y colores de otro mundo) ese era Alfred Hitchcock.
En este contexto se enmarca âVertigoâ que aquĂ se titulĂł (por una vez, con buen gusto) como el libro de Boileau y Narcejac en que se âinspiraâ (y al que da la vuelta, devora y finalmente sublima; y todavĂa hay quien dice que las pelĂculas nunca estĂĄn a la altura de las novelas): âDe entre los muertosâ, siguiendo como era norma el tĂtulo francĂ©s del film.
Hablar del contenido del film es para mĂ y para cualquiera que haya quedado fascinado desde el primer dĂa con Ă©l, muy difĂcil.
Se me hace un nudo en la garganta pensar en la pelĂcula y (a pesar de que este año llevo otras tres veces ya; la adicciĂłn se cura consumiendo) me afecta todavĂa mĂĄs cuanto mĂĄs pasa el tiempo volver a verla.
Un puñado de escenas son lo mejor que verĂ© jamĂĄs. Ahora pienso en la presentaciĂłn de Kim Novak, con la cena en el restaurante ErnieÂŽs, y ese armonioso angular a la izquierda y el travelling hacia delante cuando empieza a sonar el tema de amor de Bernard Herrmann: es mi momento favorito de la pelĂcula y quizĂĄ de todo el cine. QuizĂĄ mañana lo sea el paseo de James Stewart por las calles y los lugares desiertos donde conociĂł a Madeleine.
Por comparaciĂłn, se me hacen pequeñas muchas pelĂculas grandes, incluso del listado de mĂĄs arriba alguna me puede parecer poca cosa en plena y ciega euforia de cada revisiĂłn.
Incluso escuchando mal su excepcional banda sonora, doblada, vista en una televisiĂłn - en formato cuadrado - y con anuncios (como la vĂ las primeras no sĂ© cuantas veces), puede perder parte de su poder y no apreciarse en toda su magnitud; se empequeñece el placer⊠pero es tantoâŠ
A veces pienso que toda la historia del cine prepara, bascula sobre y deriva de la pelĂcula. Imagino que es un fundamentalismo sin sentido, pero cuando algo te parece tan colosal acaba por filtrar tu visiĂłn de todo un arte. Es el David de Miguel Ăngel del cine: una prueba rotunda y gigantesca de la perfecciĂłn que un artista puede alcanzar, una obra desafiante, tan increĂblemente audaz que solivianta tĂłpicos y destruye de un plumazo mil estĂșpidas teorĂas sobre cĂłmo deben hacerse las cosas y en sĂ misma una pieza de una belleza tan apabullante, que reclama por derecho propio un puesto de nobleza para el arte en que se enmarca (y al que desborda por todos lados, llevando al lĂmite sus mĂĄrgenes conocidos).
Cuando pienso que a pesar de todo no fue un Ă©xito espectacular de pĂșblico (ni siquiera de crĂtica; en su momento surgieron muchas voces que ponĂan en tela de juicio precisamente los aspectos que la hacĂan ser lo que era; ni siquiera Truffaut en su famoso libro-entrevista con el maestro supo ver ni hacerle ver la grandiosidad de lo que habĂa creado) me explico mejor por quĂ© el gran cine americano tenĂa las horas contadas.
El pĂșblico habĂa cambiado. De repente la edad media de los espectadores habĂa bajado 10 años y ya no podĂan comprender algo tan complejo y se molestaron por elementos de la construcciĂłn del film bĂĄsicos en su funcionamiento interno porque simplemente no los entendĂan. ÂżCĂłmo iba a saber un veinteañero de 1958 que ese inesperado cambio de punto de vista hacia las dos terceras partes de la pelĂcula donde se desvela el misterio y da comienzo esa extraña historia de amor era un recurso genial y no un fallo del guiĂłn?
El propio Hitchcock asumiĂł su fracaso y le dio a las masas lo que esperaban de Ă©l en su siguiente pelĂcula: âCon la muerte en los talones (North by northwest, 1959)â, que es por cierto mi segunda pelĂcula favorita de toda su obra y que, un poco como el propio âScottieâ Ferguson de âVertigoâ, le permite a Hitchcock volver a recrear en buena medida otra vez la misma historia para como decĂa Godard, asegurase de que alguna vez existiĂł.
Decir para terminar que, como los religiosos que ven a Dios en todas partes, veo la sombra de la pelĂcula en una serie de obras que me gustarĂa mencionar porque algo le deben o algo anticipan de ella; algunas son casi tan antiguas como el cine y otras muy recientes, unas tienen una clara deuda con la pelĂcula y otras ya no las podemos ver igual porque existe âVertigoâ e incluso alguna tal vez pudo influir en ella.
Las enumero sin orden ni cronologĂa, descartando las mĂĄs obvias (pelĂculas de Chabrol, De Palma, etc.): âSueños diurnos (GrezĂ)â de Evgenii Bauer (1915), âMĂĄs allĂĄ del olvidoâ de Hugo del Carril (1955), âSans soleilâ de Chris Marker (1982), âHistoire de Marie et Julienâ de Jacques Rivette (2002) - y no es la Ășnica en su filmografĂa -, âĂlâ de Luis Buñuel (1952), -y quizĂĄ dĂĄndole la razĂłn, âBelle de jourâ en 1967-, âLa dama de Shanghai (Lady from Shanghai)â de Orson Welles (1948), âLauraâ de Otto Preminger (1944), âNubes dispersas (Midaregumo)â de Mikio Naruse (1967), âMy name is Julia Rossâ de Joseph H. Lewis (1945), âEn la ciudad de Sylviaâ de JosĂ© Luis GuerĂn (2007), âHistoire(s) du cinemaâ de Jean Luc Godard (1987-1998), âLa leyenda de Lylah Clare (The legend of Lylah Clare)â de Robert Aldrich (1968), âThe stolen faceâ de Terence Fisher (1952), âDeseando amar (Fa yeung nin wa)â de Wong Kar-wai (2000), âMe enamorĂ© de una bruja (Bell, book and candle)â de Richard Quine (1958), âBaroccoâ de AndrĂ© TechinĂ© (1976), âLÂŽorribile segreto del Dr. Hichcockâ de Riccardo Freda (1962) y algunas mĂĄs que ahora no recuerdo o que ya encontrarĂ©.
No hay comentarios:
Publicar un comentario