lunes, 2 de junio de 2008

AÑO 50 DESPUÉS DE “VERTIGO”

El 9 de mayo de 1958 se celebrĂł en San Francisco la prĂ©miere de “Vertigo”, la esperada nueva obra de Alfred Hitchcock.

Desde hacĂ­a unos pocos años, la crĂ­tica francesa, encabezada por la influyente revista Cahiers du Cinema habĂ­a empezado a considerar al orondo director inglĂ©s no sĂłlo como el mayor entertainer del cine comercial sino como un gran creador de formas, un maestro “en lo suyo”, el cine de suspense.

Estaba aĂșn muy reciente una pelĂ­cula singular dentro de su filmografĂ­a, “Falso culpable (The wrong man, 1957)” que ya habĂ­a merecido un legendario artĂ­culo de Jean Luc Godard, que mencionaba nada menos que a Dreyer y Murnau y analizaba el complejo funcionamiento de una puesta en escena que sĂłlo podĂ­a considerarse como magistral. De todas formas, la pelĂ­cula, en un frĂ­o blanco y negro, desprovista del habitual crescendo aventurero que tanto gustaba al pĂșblico, sin prĂĄcticamente humor y con un tema especialmente delicado para evadir al espectador (un argumento tipo “le puede pasar a usted” no ha dado nunca grandes dividendos), fue un fracaso de taquilla.

En esos años finales de la dĂ©cada de los 50, el cine americano era el mejor del mundo y quizĂĄ el mejor de cualquier Ă©poca. La lista de obras no ya maestras, eternas, cimas de un arte, era espectacular. Nicholas Ray, Douglas Sirk, Vincente Minnelli, John Ford, Orson Welles, Henry King, Sam Fuller, Stanley Donen, Howard Hawks, Anthony Mann, Jacques Tourneur, George Cukor, Raoul Walsh, Richard Fleischer, Leo McCarey, Allan Dwan, Otto Preminger, Bud Boetticher y compañía se habĂ­an descolgado con cosas como “Tiempo de amar, tiempo de morir”, “TĂș y yo”, “DĂ­as sin vida”, “Al bode del rĂ­o”, “AnatomĂ­a de un asesinato”, “Muerte en los pantanos”, “Escrito bajo el sol”, “El kimono rojo”, “BĂ©salas por mí”, “Como un torrente”, “Duelo en el barro”, “RĂ­o Bravo”, “SĂĄbado violento”, “MĂĄs allĂĄ de la duda”, “Cazador de forajidos”, “Cabalgar en solitario”, “Sed de mal” y un largo y sublime etcĂ©tera de obras capitales del sĂ©ptimo arte.

Alfred Hitchcok habĂ­a tenido sin embargo hasta entonces una dĂ©cada sumamente irregular: un film fallido a todas luces (“PĂĄnico en la escena (Stage fright)” del 50), uno sobrevalorado (“Yo confieso (I confess)” del 53), dos buenos films (“Crimen perfecto (Dial M for murder)” del 54 y “Atrapa un ladrĂłn (To catch a thief)” del 55), dos grandes pelĂ­culas (“Extraños en un tren (Strangers on a train)” del 51 y “La ventana indiscreta (Rear window)” del 54) y tres obras maestras (la citada “Falso culpable”, el auto-remake “El hombre que sabĂ­a demasiado (The man who knew too much)” del 56 y la infravalorada “Pero ÂżquiĂ©n matĂł a Harry? (The trouble with Harry)” del 55.

Es muy posible que ese reconocimiento crĂ­tico reciĂ©n conquistado le hubiera llevado a arriesgarse con “Falso culpable” a hacer un film “serio” y sin pretensiones comerciales, para hacerles ver a esos jĂłvenes franceses que efectivamente era capaz de dominar todos los resortes del drama a su antojo, pero el fracaso de taquilla le hizo replantearse las cosas.

Necesitaba crear una obra que aunara un gran Ă©xito comercial y un triunfo crĂ­tico a todos los niveles, cosa que sĂłlo habĂ­a logrado antes con dos pelĂ­culas un tanto lejanas ya por entonces: “Rebeca (Rebecca)” de 1940, reciĂ©n llegado de Inglaterra, que casi lo lleva a ganar un Oscar al mejor director y “Encadenados (Notorious)” en 1946.

Esta vez sintiĂł que debĂ­a implicarse incluso a nivel personal mĂĄs que nunca, dejando al descubierto facetas de su personalidad hasta ese momento sĂłlo intuidas en otras pelĂ­culas y que alguien tan inteligente y que presumĂ­a de estar tan por encima de los actores, productores e incluso de sus propios personajes, nunca habĂ­a permitido que se pudieran contemplar en toda su cruda intensidad.

En cine y en otras artes no siempre un estado de ánimo de febril lucha contra sí mismo para crear la obra definitiva garantiza nada. Hay muchos casos en que algo concebido como menor y sin una particular implicación acaba resultando lo mejor; a veces con el desconcierto del propio creador que no sabe “cómo pudo salirle algo tan bueno”.

Pero si habĂ­a un director de cine que era capaz de doblegar sus fuerzas (porque las conocĂ­a) y conseguir crear una pelĂ­cula que lo tuviera todo (misterio, una - tres en realidad - historia de amor, aventura, erotismo, humor negro, un apasionante tour de force de puesta en escena, melodĂ­as y colores de otro mundo) ese era Alfred Hitchcock.

En este contexto se enmarca “Vertigo” que aquĂ­ se titulĂł (por una vez, con buen gusto) como el libro de Boileau y Narcejac en que se “inspira” (y al que da la vuelta, devora y finalmente sublima; y todavĂ­a hay quien dice que las pelĂ­culas nunca estĂĄn a la altura de las novelas): “De entre los muertos”, siguiendo como era norma el tĂ­tulo francĂ©s del film.

Hablar del contenido del film es para mĂ­ y para cualquiera que haya quedado fascinado desde el primer dĂ­a con Ă©l, muy difĂ­cil.

Se me hace un nudo en la garganta pensar en la película y (a pesar de que este año llevo otras tres veces ya; la adicción se cura consumiendo) me afecta todavía mås cuanto mås pasa el tiempo volver a verla.

Un puñado de escenas son lo mejor que veré jamås. Ahora pienso en la presentación de Kim Novak, con la cena en el restaurante ErnieŽs, y ese armonioso angular a la izquierda y el travelling hacia delante cuando empieza a sonar el tema de amor de Bernard Herrmann: es mi momento favorito de la película y quizå de todo el cine. Quizå mañana lo sea el paseo de James Stewart por las calles y los lugares desiertos donde conoció a Madeleine.

Por comparación, se me hacen pequeñas muchas películas grandes, incluso del listado de mås arriba alguna me puede parecer poca cosa en plena y ciega euforia de cada revisión.

Incluso escuchando mal su excepcional banda sonora, doblada, vista en una televisiĂłn - en formato cuadrado - y con anuncios (como la vĂ­ las primeras no sĂ© cuantas veces), puede perder parte de su poder y no apreciarse en toda su magnitud; se empequeñece el placer
 pero es tanto


A veces pienso que toda la historia del cine prepara, bascula sobre y deriva de la pelĂ­cula. Imagino que es un fundamentalismo sin sentido, pero cuando algo te parece tan colosal acaba por filtrar tu visiĂłn de todo un arte. Es el David de Miguel Ángel del cine: una prueba rotunda y gigantesca de la perfecciĂłn que un artista puede alcanzar, una obra desafiante, tan increĂ­blemente audaz que solivianta tĂłpicos y destruye de un plumazo mil estĂșpidas teorĂ­as sobre cĂłmo deben hacerse las cosas y en sĂ­ misma una pieza de una belleza tan apabullante, que reclama por derecho propio un puesto de nobleza para el arte en que se enmarca (y al que desborda por todos lados, llevando al lĂ­mite sus mĂĄrgenes conocidos).

Cuando pienso que a pesar de todo no fue un Ă©xito espectacular de pĂșblico (ni siquiera de crĂ­tica; en su momento surgieron muchas voces que ponĂ­an en tela de juicio precisamente los aspectos que la hacĂ­an ser lo que era; ni siquiera Truffaut en su famoso libro-entrevista con el maestro supo ver ni hacerle ver la grandiosidad de lo que habĂ­a creado) me explico mejor por quĂ© el gran cine americano tenĂ­a las horas contadas.

El pĂșblico habĂ­a cambiado. De repente la edad media de los espectadores habĂ­a bajado 10 años y ya no podĂ­an comprender algo tan complejo y se molestaron por elementos de la construcciĂłn del film bĂĄsicos en su funcionamiento interno porque simplemente no los entendĂ­an. ÂżCĂłmo iba a saber un veinteañero de 1958 que ese inesperado cambio de punto de vista hacia las dos terceras partes de la pelĂ­cula donde se desvela el misterio y da comienzo esa extraña historia de amor era un recurso genial y no un fallo del guiĂłn?


El propio Hitchcock asumiĂł su fracaso y le dio a las masas lo que esperaban de Ă©l en su siguiente pelĂ­cula: “Con la muerte en los talones (North by northwest, 1959)”, que es por cierto mi segunda pelĂ­cula favorita de toda su obra y que, un poco como el propio “Scottie” Ferguson de “Vertigo”, le permite a Hitchcock volver a recrear en buena medida otra vez la misma historia para como decĂ­a Godard, asegurase de que alguna vez existiĂł.

Decir para terminar que, como los religiosos que ven a Dios en todas partes, veo la sombra de la película en una serie de obras que me gustaría mencionar porque algo le deben o algo anticipan de ella; algunas son casi tan antiguas como el cine y otras muy recientes, unas tienen una clara deuda con la película y otras ya no las podemos ver igual porque existe “Vertigo” e incluso alguna tal vez pudo influir en ella.

Las enumero sin orden ni cronologĂ­a, descartando las mĂĄs obvias (pelĂ­culas de Chabrol, De Palma, etc.): “Sueños diurnos (GrezĂ­)” de Evgenii Bauer (1915), “MĂĄs allĂĄ del olvido” de Hugo del Carril (1955), “Sans soleil” de Chris Marker (1982), “Histoire de Marie et Julien” de Jacques Rivette (2002) - y no es la Ășnica en su filmografĂ­a -, “Él” de Luis Buñuel (1952), -y quizĂĄ dĂĄndole la razĂłn, “Belle de jour” en 1967-, “La dama de Shanghai (Lady from Shanghai)” de Orson Welles (1948), “Laura” de Otto Preminger (1944), “Nubes dispersas (Midaregumo)” de Mikio Naruse (1967), “My name is Julia Ross” de Joseph H. Lewis (1945), “En la ciudad de Sylvia” de JosĂ© Luis GuerĂ­n (2007), “Histoire(s) du cinema” de Jean Luc Godard (1987-1998), “La leyenda de Lylah Clare (The legend of Lylah Clare)” de Robert Aldrich (1968), “The stolen face” de Terence Fisher (1952), “Deseando amar (Fa yeung nin wa)” de Wong Kar-wai (2000), “Me enamorĂ© de una bruja (Bell, book and candle)” de Richard Quine (1958), “Barocco” de AndrĂ© TechinĂ© (1976), “LÂŽorribile segreto del Dr. Hichcock” de Riccardo Freda (1962) y algunas mĂĄs que ahora no recuerdo o que ya encontrarĂ©.

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