En 1936, cinco años después de la exitosa versión de “Dracula”, que le había procurado una popularidad desconocida para alguien como él y cuatro después de haber arruinado esa cómoda posición con la emblemática “Freaks”, Tod Browning rueda la, en mi opinión, obra cumbre de su carrera, “The Devil-Doll”.
Browning fue y no conviene olvidarlo, un pionero, un inventor de formas. Cuando se marcha de la Biograph en 1913, ya estaba definida su “filiación” cinematográfica: las novelas de Dickens, Thackeray, Victor Hugo, Stevenson, James, London, Dumas padre (¡y Auguste Maquet!), Poe o Shelley, las teorías de Freud, las fotografías de Eastman o Paul Strand y por supuesto el seminal trabajo de Porter, Ince y Griffith. Imagino que aquí en Europa si hubiese entrado en contacto con Arthur Robinson o Robert Wiene, además hubiese añadido a todo lo anterior la influencia de la Bauhaus, Die Brücke o Max Reindhardt, pero su carrera comienza con westerns de dos rollos, como casi cualquier cineasta americano de la época, sin que esto signifique que después no se puedan encontrar elementos expresionistas en su carrera. Su obra más conocida hasta la restauración de “Freaks”, “Dracula”, es en realidad y junto al whodunit “The thirteenth chair”, la menos característica de su obra (y la figura del vampiro, ajena a su cine, como quizá corrobore “Mark of the vampire”, que es en última instancia una farsa).
“The Devil-Doll” es, como la inmensa mayoría de sus películas, un melodrama, un “morality play” que bordea la frontera de varios géneros cinematográficos sin adscribirse a ninguno.
Browning fue y no conviene olvidarlo, un pionero, un inventor de formas. Cuando se marcha de la Biograph en 1913, ya estaba definida su “filiación” cinematográfica: las novelas de Dickens, Thackeray, Victor Hugo, Stevenson, James, London, Dumas padre (¡y Auguste Maquet!), Poe o Shelley, las teorías de Freud, las fotografías de Eastman o Paul Strand y por supuesto el seminal trabajo de Porter, Ince y Griffith. Imagino que aquí en Europa si hubiese entrado en contacto con Arthur Robinson o Robert Wiene, además hubiese añadido a todo lo anterior la influencia de la Bauhaus, Die Brücke o Max Reindhardt, pero su carrera comienza con westerns de dos rollos, como casi cualquier cineasta americano de la época, sin que esto signifique que después no se puedan encontrar elementos expresionistas en su carrera. Su obra más conocida hasta la restauración de “Freaks”, “Dracula”, es en realidad y junto al whodunit “The thirteenth chair”, la menos característica de su obra (y la figura del vampiro, ajena a su cine, como quizá corrobore “Mark of the vampire”, que es en última instancia una farsa).
“The Devil-Doll” es, como la inmensa mayoría de sus películas, un melodrama, un “morality play” que bordea la frontera de varios géneros cinematográficos sin adscribirse a ninguno.
Esta lección de planificación cinematográfica, tan inteligentemente estructurada que ni se advierten las constantes elipsis y rimas visuales, debería bastar para deshacer el perpetuo malentendido que pesa sobre su capacidad como cineasta, sublimada críticamente por la originalidad y extrañeza de sus temas, pero en el fondo confinada a ese segundo o tercer nivel de realizadores (planos, cuadrados, ingenuos, antiguos… ningún adjetivo estimulante) tan inexplicado antes como insostenible ahora.
En apenas ocho minutos, la película ya despliega toda su potencia. Fulgurante en escenas de transición o explicativas, que nunca elimina pero sí reduce al menor número de planos, cada movimiento de cámara o cada mirada enriquece la tan inverosímil como perfectamente narrada peripecia, una reflexión sobre el poder de la mente humana, primero para concebir una idea, en segundo lugar para perfeccionarla y finalmente para ejecutarla (aquí dualmente, aunando un descubrimiento científico potencialmente beneficioso para la humanidad y un maquiavélico plan de venganza que se servirá del mismo para sus fines).
Es también un modelo de utilización de efectos especiales, prodigiosos aún hoy día, sobre todo en la espectacular escena del robo nocturno. Tod Browning conocía bien (como cineasta y desde mucho antes de serlo) el valor de la dosificación de cualquier tipo de atracción para el público y sabía también que es mejor intrigar, crear misterio o incertidumbre, que asombrar o hacer trucos, una máxima que lo acerca al mundo de Val Lewton y lo aleja de buena parte del cine de terror o ciencia ficción desde sus contemporáneos a hoy día. Quizá sea hora ya de alinearlo en el mismo bando de Allan Dwan, Henry King, Cecil B. Demille o Michael Curtiz, con los que realmente tiene mucho más que ver que con Erle C. Kenton, James Whale, Karl Freund, Robert Florey y no digamos Romero o Margheriti.
En “The Devil-Doll” hay más humanidad, amor, anhelo de materializar un sueño, ansia de libertad… y desde luego odio, crueldad o resentimiento - que normalmente y en determinadas circunstancias, categorizamos como “inhumanos”, pero que son precisamente sentimientos que hacen de nosotros lo que somos, huelga decirlo - que en la filmografía completa de Mario Bava y ocurre exactamente lo mismo con “The unknown”, “West of Zanzibar”, “The show”, “The Blackbird”, “The road to Mandalay”, “Fast workers”, “Where East is East”, “The wicked darling” o “The white tiger”.
Finalmente, es interesante recordar que “The Devil-Doll” marca el único punto de encuentro de dos de las personalidades más fuertes del cine silente, ya que Erich von Stroheim colaboró (al parecer corrigió y seguro que algo más) en el guión del film.
Como el muy antagónico dúo Flaherty-Murnau que años más tarde regalarían al mundo “Tabu”, imposible pero cierto - y sublime - resultado de un intento de acuerdo entre dos formas opuestas de ver la vida (adaptación vs rebelión), y a un nivel mucho menor de colaboración, (tal vez ni se vieron en persona), el chico de Kentucky y el (¿falso?) aristócrata germánico tenían más cosas en común de las que pudieron llegar a pensar.
A los dos les interesaba la decepción y la decadencia, la violencia de los agredidos y los maltratados, el poder del dinero, la corrupción y la fantasía. Tal vez a Stroheim le preocupaban más las apariencias y el destino y a Browning la verdad y el pasado, pero ambos vivieron en un mundo en que había valores como el honor y el orgullo.
En apenas ocho minutos, la película ya despliega toda su potencia. Fulgurante en escenas de transición o explicativas, que nunca elimina pero sí reduce al menor número de planos, cada movimiento de cámara o cada mirada enriquece la tan inverosímil como perfectamente narrada peripecia, una reflexión sobre el poder de la mente humana, primero para concebir una idea, en segundo lugar para perfeccionarla y finalmente para ejecutarla (aquí dualmente, aunando un descubrimiento científico potencialmente beneficioso para la humanidad y un maquiavélico plan de venganza que se servirá del mismo para sus fines).
Es también un modelo de utilización de efectos especiales, prodigiosos aún hoy día, sobre todo en la espectacular escena del robo nocturno. Tod Browning conocía bien (como cineasta y desde mucho antes de serlo) el valor de la dosificación de cualquier tipo de atracción para el público y sabía también que es mejor intrigar, crear misterio o incertidumbre, que asombrar o hacer trucos, una máxima que lo acerca al mundo de Val Lewton y lo aleja de buena parte del cine de terror o ciencia ficción desde sus contemporáneos a hoy día. Quizá sea hora ya de alinearlo en el mismo bando de Allan Dwan, Henry King, Cecil B. Demille o Michael Curtiz, con los que realmente tiene mucho más que ver que con Erle C. Kenton, James Whale, Karl Freund, Robert Florey y no digamos Romero o Margheriti.
En “The Devil-Doll” hay más humanidad, amor, anhelo de materializar un sueño, ansia de libertad… y desde luego odio, crueldad o resentimiento - que normalmente y en determinadas circunstancias, categorizamos como “inhumanos”, pero que son precisamente sentimientos que hacen de nosotros lo que somos, huelga decirlo - que en la filmografía completa de Mario Bava y ocurre exactamente lo mismo con “The unknown”, “West of Zanzibar”, “The show”, “The Blackbird”, “The road to Mandalay”, “Fast workers”, “Where East is East”, “The wicked darling” o “The white tiger”.
Finalmente, es interesante recordar que “The Devil-Doll” marca el único punto de encuentro de dos de las personalidades más fuertes del cine silente, ya que Erich von Stroheim colaboró (al parecer corrigió y seguro que algo más) en el guión del film.
Como el muy antagónico dúo Flaherty-Murnau que años más tarde regalarían al mundo “Tabu”, imposible pero cierto - y sublime - resultado de un intento de acuerdo entre dos formas opuestas de ver la vida (adaptación vs rebelión), y a un nivel mucho menor de colaboración, (tal vez ni se vieron en persona), el chico de Kentucky y el (¿falso?) aristócrata germánico tenían más cosas en común de las que pudieron llegar a pensar.
A los dos les interesaba la decepción y la decadencia, la violencia de los agredidos y los maltratados, el poder del dinero, la corrupción y la fantasía. Tal vez a Stroheim le preocupaban más las apariencias y el destino y a Browning la verdad y el pasado, pero ambos vivieron en un mundo en que había valores como el honor y el orgullo.
4 comentarios:
Hola, qué tal Jesús,
Le ha pasado a otros muchos, y no sólo a los directores de cine, que terminan reducidos a lo que algunos vieron en algunas de sus películas, generalmente las más famosas y/o accesibles; no en vano la cinefilia fue la precursora del copy&paste informático.
No se trata de revisionismo, sino de visionar y revisionar la obra para darse cuenta de que los recorridos son mayores; como en el caso de Browning, estoy de acuerdo. Pocos directores más alejados de de una idea acotada de cine "genéro" (horror, fantástico) que él.
Yo me quedo con "The Unknown" y sobre todo con "The Unholy three", la mejor película de timadores que jamás he visto.
Un saludo.
Esas son mis favoritas de la época muda. "The unknown" es además una obra maestra del cine romántico.
Hola, Jesús, como no tienes en el "perfil completo" un e-mail, te aviso como puedo: tal vez te interese mi tardía incursión en el blog de Dave Kerr a cuento de "A Song Is Born" y "Today We Live" (espero que pase; no siempre es así en casi ningún sitio, he comprobado que Tag Gallagher es incriticable). De acuerdo sobre "The Devil Doll" como el mejor Browning.
Miguel Marías
Mi experiencia en estos foros y en revistas es siempre así. Se ve que no firmo artículos en sitios importantes y cada cosa que digo me acarrea la misma respuesta: explícate. Dime como puedes explicar un sentimiento a alguien que no te conoce. Si me gusta más "Chikamatsu monogatari" que "Sansho dayu", ¿cómo puedo explicárselo a alguien?. Necesitaría una pantalla y un puntero laser de esos.
Ya he corregido lo del e-mail en el perfil.
Gracias por tus comentarios aquí... y allí.
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